El domingo, a las doce y media, medio día, medio abrió los ojos nuestro compadre, el sol ya entraba por la ventana, tenía un hambre terrible y ganas de follar.
Quería comprar media docena de churros y dos porras en La Paquita, no estaba Paquita pero estaba su hija que está mucho mas buena, a esa hora ya no le quedaba nada, pero como es buen cliente le dijo que en un momento se los hacía ahí detrás, el ya sabía que significaba eso, en menos de medio minuto la tenía mirando a Sevilla, en el suelo, con el culo en pompa gimiendo de gusto.
A el le hubiera gustado mas el orden inverso, primero comer, luego follar, pero no pudo ser, tenía mas hambre después del polvo con Paqui, lo único que se comió fue algún pelo de coño.
De vuelta a casa, sin churros pero con la sonrisa puesta y unas medias lunas, coincidió con la arquitecta del ático. Venía sudando, con esos pantalones que se ponen ahora para correr bien ceñidos, y una camisetita blanca, como si no supiera que con los pezones grandes como galletas que tiene la cabrona no se la puede mirar a los ojos, por supuesto se dio cuenta, sus pitones saludaron al igual que el pepino recién descargado pero con ánimo de domingo.