Hay días en los que vuelve a verse el sol, y la luna incluso. En los que salir de la oficina y no volver nunca te parece que es lo que naturalmente pide tu cuerpo desde siempre, pero le quieres hacer caso porque esta vez le crees, y tiene toda la razón, obvio.
Así que todo estaba bajo un placentero orden cósmico, cuando nuestro auditor llegó a la sede central ignorando ese instinto natural que le pedía pasar el día sin trabajar, 11 de la mañana porque el día anterior ni siquiera llegó a salir, ya era hoy.
Igual llegó con cierta paz interior, hasta que la última incorporación femenina en la empresa le informó de su última cagada. El auditor estaba hasta los mismísimos cojones de esta piba, no había hecho nada bien desde que llegó hace tres meses, excepto ponerse unos generosos escotes. Se reunió con ella por decimoquinta vez. Y fue la definitiva.
Ella se sentó mientras el auditor cerraba la puerta, se acercó a ella mirándola fijamente a los ojos, al llegar a su lado, se abrió el pantalón y sacó su monstruoso rabaco, y le dijo, “ya puedes empezar a hacer bien tu trabajo, porque de esto depende tu futuro” al parecer no era tan tonta, lo entendió rápido, sacó su lengua y recorrió el descomunal rabo del auditor, dejándoselo bien empapadito, no se dejó nada, le sacó y le lamió los huevos con una perfección absorbente.
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