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Eva sonrió al oír que se abría la puerta del garaje, se quitó el delantal y acudió al salón, esperando encontrar allí a Sebastián, su marido, y a Pablo, una amigo de toda la vida, más de diez años mayor que ella y a quien quería como a un hermano.
Venían acompañados de otros dos hombres, miró a su marido con una forzada sonrisa y éste se apresuró a disculparse por no haberla avisado que serían dos más a cenar. Eran dos jóvenes doctores que habían colaborado en el seminario de neurocirugía.
Le presentó a Carlos, y mientras se estrechaban la mano Eva se sintió atraída por los azules ojos del tipo. Le pareció que el recién llegado la miraba de pies a cabeza, como valorando su físico e interiormente maldijo a su marido por no haberla avisado.
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